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LAS CIFRAS NO PARAN LAS GUERRAS, LO HACEN LAS PERSONAS QUE LAS HABITAN




[Publicado en Cuadernos de Pedagogía. Mayo 2022]



Llega un punto en el que tenemos que dejar de sacar gente del río. Necesitamos ir aguas arriba y descubrir por qué están cayendo”

Desmond Tutu


El título que encabeza esta colaboración pudiera parecer ingenuo. Los que declaran la guerra y la paz nunca exponen su pecho al fuego enemigo. Esto es algo que todos sabemos. También que los motivos que las provocan nunca son los que exhiben a la audiencia. Trafico de energía, capitales, posiciones geoestratégicas o aumento de riquezas y poder suelen estar en la base de declaraciones de guerras comerciales, bloqueos que asfixian poblaciones, trabajo infantil, maltrato, violaciones de todo tipo de derechos, muerte y destrucción.


Lo que saben quiénes declaran las guerras es que una población solo se suma a una causa si esta se justifica en las personas. No en los dineros, los objetos o las posiciones estratégicas. Difícilmente una población decidirá exponer su propia vida para defender el aumento sostenido de riqueza de las empresas de su país. Los que organizan las guerras saben que deben mostrar ancianos y niños pasando frío en un terrible invierno causado por la falta de energía, la devastación de viviendas humildes y las lágrimas de sus moradores. También la amenaza de supuestos nazis invadiendo países y culturas.


Los objetivos de desarrollo sostenible parece que van a dar en el traste, tanto como lo hicieron los objetivos del milenio. La razón que servirá de excusa ante los votantes será la guerra, la pandemia y lo que venga por llegar. En este contexto seguiremos habitando un planeta en colapso, con unos niveles de pobreza y desigualdad crecientes y una brecha cada vez mayor entre aquellos que pueden satisfacer sus necesidades básicas -alimento, vivienda, comida, energía, sanidad, educación- y los que deben sobrevivir sin tener garantizadas sus condiciones de vida. A esto debemos añadir la degradación ya visible del ecosistema.


Hace unos días releía un pequeño texto de Ramón Fernández Durán que justificaba -ya hace décadas- la necesidad de reconocer el Antropoceno como algo que el propio Paul Critzen -nobel de química en 2000- identificaba como una nueva era geológica en la medida que el ser humano ha cambiado radicalmente la evolución del planeta. No se trata de un pequeño cambio transitorio, hablamos de una transformación a escala geológica. El problema es que este cambio responde unívocamente a determinado modelo de desarrollo cuyas consecuencias en el mantenimiento de la vida y la equidad se han demostrado muy negativas.


Sin duda, somos las personas que habitamos el planeta quienes tendremos que parar las guerras. Pero esto solo se conseguirá si dejamos de observar las cifras y atendemos a las personas que lo habitan. Es este el papel fundamental que puede desempeñar la educación: cambiar la mirada de las personas.


Este propósito solo se consigue humanizando la educación. Es urgente des-tecnificar los modelos didácticos y los programas educativos para que dejen de centrarse en el afán de poseer conocimientos a desarrollar inercialmente en el modelo de desarrollo imperante. Humanizar la educación consiste básicamente en desarrollar habilidades de pensamiento crítico en los que las personas que aprenden reconocen la realidad que habitan, reflexionan y actúan sobre ella. Los contenidos curriculares sirven a quienes aprenden -y no al revés- y el objetivo del aprendizaje es comprender mejor la realidad, reflexionar sobre ella y decidir como diseñar una relación con el entorno -y las personas que lo habitan- cercano y humano.


De poco sirve que indaguemos sobre “nuevas” metodologías de enseñanza si no identificamos que estas deben volver a las personas y alejarse de modelos de producción y destrucción del planeta, la falta de equidad y reencontrarse con quienes lo padecen.


Podemos construir otra forma de hacer educación que cambie la mirada de los que aprenden. Desde esta lógica, es necesario que esta reformule los contenidos, las materias y los niveles educativos. Debe permitir explicar el entorno cercano y real de los que aprenden. En este contexto, el enfoque metodológico necesita cambios en el perfil del docente, el trabajo globalizado de los contenidos, contextualizarlos en las vidas de las personas, dibujar modelos narrativos y humanos en los diseños, abrir los centros a la comunidad y muchos. Esto solo tiene sentido si lo que se pretende es hacer que la educación vuelva a las personas que aprenden y se olvide de ser una simple herramienta técnica de integración en un modelo de desarrollo que está demostrando no trabajar a favor de ellas.






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