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La mejor escuela, el barrio


Rompamos (…) los muros de la clase. Llevemos al niño al campo, al taller, al museo (…) enseñémosle la realidad en la realidad.

Cossío



Malaguzzi dijo que «cuando hacemos cosas reales, sus consecuencias son reales». Tenía razón. Esto es algo que decenas de docentes firman en las redes y en sus lecturas sobre innovación educativa. Lo comparten con sus redes y sueñan en su día a día como docentes. Sin embargo, cuando llegan a clase la realidad se muta en un escenario distinto.


Cuando un docente entra en su clase ha debido recoger sus cosas en una pequeña taquilla en la que deposita sus libros, apuntes y materiales para desarrollar sus clases.


Tras hacerlo, entra en un espacio repleto de aprendices que esperan que les diga lo que deben hacer todos y cada uno de los minutos que restan a los cincuenta y cinco restantes para terminar su clase. Cada minuto es importante. Las miradas viajan de la vigilancia del docente a las provocaciones de compañeros y compañeras que invitan al ocio, la respuesta provocativa a las del docente o simplemente la acomodada somnolencia de la adolescencia. Todas dibujan un escenario conocido por docentes, alumnos. Incluso pupitres, paredes y ventanas en el espacio educativo se replican escuela tras escuela en un verde-pupitre que no sé quién inventó.


Imagina que —en este escenario— un docente te obliga a cerrar el cuaderno, el libro —e incluso la mochila— y te invita a salir al barrio y mirar.


Mirar es posiblemente la acción educativa más potente en términos de cambio personal, relacional y comunitario que puedas ejercer. También es posible que mirar, sea el verbo menos utilizado en tus programaciones didácticas en el apartado «objetivos»: ¿Por qué sucede esto?


Hace algunos años unos alumnos de primaria se encontraron con una realidad sangrante. En su barrio encontraron solo una clase de supermercado, sin embargo en el barrio vecino existía una gran variedad de firmas de supermercados ¿por qué pasaba esto? Decidieron investigarlo (2) .


La asamblea fue interesante. Las preguntas de la tutora encargada del grupo eran directas: ¿qué sabemos sobre esta realidad? —qué sabemos sobre los supermercados del barrio, qué compran nuestras familias, dónde lo compran, cuánto se gastan…—, ¿qué queremos saber? —qué diferencias hay entre los supermercados de nuestro barrio y los de los barrios vecinos, cuánto cuestan las cosas, cómo están colocadas, cómo son las instalaciones, todos tienen aparcamiento…—; y ¿cómo podemos averiguarlo? —hagamos entrevistas a los vecinos de uno y otro barrio, preguntemos en los supermercados, escribamos una carta al alcalde para que nos lo explique, visitemos los dos barrios con lupas de investigador…—

A partir de este momento los docentes implicados con ese grupo hicieron dos cosas:

• Seleccionar los contenidos curriculares que podían ser útiles para este proyecto y determinar las habilidades que deseaban desarrollar en sus alumnos aprovechando este escenario educativo.

• Organizar las propuestas de los alumnos en fases organizando equipos de actividad y diseñando rutinas de evaluación que aseguran que la reflexión sobre lo que aprendían estaba presente durante todo el proyecto.

Al final del proyecto apareció una provocación en la boca de la tutora del grupo: «Hemos trabajado mucho sobre este tema; ahora ¿qué queréis hacer?»


No hay espacio aquí para narrar la aventura de aprendizaje que este equipo de alumnos vivió. Efectivamente descubrieron que no todos los barrios tienen los mismos supermercados y que en el suyo solo existía el que vivía fundamentalmente de marcas blancas y más económicas que el resto. También pudieron aprender lo que los vecinos de uno y otro barrio pensaban sobre el asunto, lo que gastaban en la cesta de la compra y comprobaron que el alcalde solo contestó a su carta tres meses después de que hubieron terminado su investigación.


Por supuesto también tuvieron que aprender a redactar, hacer multitud de operaciones matemáticas, defender una propuesta, organizarse en grupos de trabajo, dibujar planos urbanos, diferenciar los distintos productos presentes en los supermercados del barrio, discutir sobre los modelos de consumo y alimentarios, elaborar una cesta de la compra, crear presupuestos, comparar los recursos económicos de sus familias con la del resto de la ciudad y tantos otros que parecieron interesantes a sus docentes en relación a sus materias, el currículo o las habilidades que creyeron necesarias desarrollar con estos alumnos para conseguir que en el futuro fueran aprendices autónomos y de mente flexible: Ayudar a construir un entorno personal de aprendizaje (PLE) para ese futuro inestable, fluido pero tan interesante como el que vivirán dentro de algunas décadas.


Efectivamente hace un siglo Cossío decía algo que reprodujeron decenas de pensadores en educación —entre ellos Malaguzzi en la segunda mitad del siglo pasado— y que hoy seguimos diciendo los que —con mayor o menor acierto— hablamos de la educación que vivimos en las escuelas del siglo XXI: Lo urgente no es hiper-conectar las escuelas con la nube. Lo necesario es conectarlas con el mundo. Empecemos por los barrios que habitan.



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