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Desescalar o cambiar



Decir que desde hace algunas semanas el planeta está confinado en sus casas es incierto. Ni todos tienen viviendas donde confinarse ni todas son iguales.


El veintisiete de abril el gobierno español arrojaba unas cifras de mortandad diaria en torno a las cuatrocientas víctimas fruto del coronavirus. Las cifras de infectados es incierta ya que dependen del número de diagnosticados y esto es algo que parece hacerse con bastante ligereza.


Hace algunos meses pasear por la calle de las ciudades era habitual. Las mascarillas eran poco más que una excentricidad oriental y los niveles de bienestar se medían en términos de consumo.


Leo en Internet —y no tengo por qué dudarlo— que los índices de contaminación en Madrid han bajado (en la actualidad) un 68%. Los índices de paro aumentan de forma exponencial y los gobiernos parecen a hablar como algo posible de la renta básica como modelo de subsistencia. Hace poco era una idea loca de unos cuantos.

Estados Unidos habla de una renta de más de mil dólares para rentas inferiores a ochenta mil dólares al año. Mi sueldo de docente público es —en términos habituales— de cerca de cuarenta mil brutos al año. Me considero bien pagado.


Hace poco menos de dos meses habitaba en India en un viaje de formación con educadoras y educadores. Pude ver cómo decenas de personas vivían en las aceras o bajo los puentes sin dónde caer muertos. Cuando comenzó la pandemia eran rociados con mangueras para desinfectarles del virus. Imágenes sin duda espeluznantes.


Todo el mundo teme la llegada del invierno en el hemisferio sur. África y Suramérica no recibirán el envite del virus igual que el hemisferio Norte. Lavarse las manos exige agua; un bien preciado en decenas de países. También lugares dónde confinarse.


Esta mañana escuchaba en un noticiero español como determinados barrios de la ciudad de Madrid son mucho más proclives al contagio y el desarrollo de la pandemia. El barrio madrileño de Vallecas parece reunir este requisito. Sin duda confinar en cuarenta metros cuadrados a seis personas es más complicado que hacerlo en dos mil para cuatro personas con jardín y piscina.


El virus de este siglo es la pobreza y la desigualdad. El coranovirus solo se tatúa en la frente de quienes dicen que la solución es la «desescalada». No se trata de desescalar. Lo que se necesita es cambiar el modelo de relación, de desarrollo y de habitar una civilización en colapso que tiene una oportunidad única.


El parón económico, social, relacional, laboral ha dibujado un escenario distinto. Las fuerzas que llevan a pasar página solo huyen de una realidad que sabíamos cierta: necesitamos un nuevo modelo de desarrollo comprometido con las personas, el planeta y su habitar el mundo. Es la educación la que debe abanderar el cambio.

Una vez más la educación debe legitimar dos habilidades que es necesario desarrollar en nuestros alumnos: mirar y actuar.


  • Mirar para ser capaces de reflexionar y soñar una realidad a la medida de las personas y no de un modelo de progreso que destruye la vida.

  • Actuar para desarrollar la capacidad de tomar decisiones que obliguen a que la dirección que emprendemos juntas sea congruente con la mirada que hacemos sobre el planeta herido.

Pinta mal. Pero seguiremos insistiendo: aprender a mirar y actuar en consecuencia. Solo esto puede evitar el colapso. El coronavirus no es la pandemia ni ha nacido hace dos meses. Lo es la desigualdad y la falta de valentía para emprender un modelo de desarrollo que armonice la vida en este planeta.


El coronavirus no es la pandemia ni ha nacido hace dos meses. Lo es la desigualdad y la falta de valentía para emprender un modelo de desarrollo que armonice la vida en este planeta.

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